martes, 10 de febrero de 2015

Neurociencia
Síntesis

Hay muchas estrategias para incrementar el tamaño de los músculos y fortalecerle los hue­sos. Pero, ¿qué puede hacer alguien para desar­rol­lar un cere­bro más grande? La respuesta es: Med­i­tar. Éste es el des­cubrim­iento de un grupo de investigadores en la Uni­ver­si­dad de Cal­i­for­nia en Los Ánge­les (UCLA) quienes utilizaron res­o­nan­cia mag­nética por imá­genes en alta res­olu­ción para escanear el cere­bro de per­sonas que prac­ti­can la med­itación desde hace años. En el estu­dio, se desvela que cier­tas regiones del cere­bro de tales per­sonas son más grandes que en los suje­tos de un grupo de con­trol sim­i­lares en todo excepto en que no prac­ti­can la meditación.
Especí­fi­ca­mente, los med­i­ta­dores mostraron volúmenes sig­ni­fica­ti­va­mente may­ores en el hipocampo y en áreas den­tro de la corteza órbito-frontal, el tálamo y el giro tem­po­ral infe­rior, regiones todas ellas cono­ci­das como reg­u­lado­ras de las emociones.
“Sabe­mos que las per­sonas que med­i­tan reg­u­lar­mente tienen una habil­i­dad sin­gu­lar para cul­ti­var las emo­ciones pos­i­ti­vas, man­tener la esta­bil­i­dad emo­cional y com­por­tarse de man­era cuida­dosa”, explica Eileen Lud­ers, autora prin­ci­pal, e inves­ti­gadora del Lab­o­ra­to­rio de Neu­roimag­i­nología de la UCLA. “Las difer­en­cias obser­vadas en la anatomía del cere­bro podrían darnos una pista del por qué los med­i­ta­dores tienen estas habil­i­dades excepcionales”.
La inves­ti­gación ha con­fir­mado los aspec­tos ben­efi­ciosos de la med­itación. Además de poder con­cen­trarse mejor y con­tro­lar con mayor efi­ca­cia sus emo­ciones, muchas per­sonas que med­i­tan reg­u­lar­mente tienen nive­les de estrés por debajo de lo nor­mal y un sis­tema inmu­ni­tario reforzado. Pero es poco lo que se sabe acerca de la relación entre la med­itación y la estruc­tura del cerebro.
En el estu­dio, Lud­ers y sus cole­gas exam­i­naron a 44 per­sonas (22 indi­vid­uos del grupo de con­trol y 22 que habían prac­ti­cado varias for­mas de med­itación, incluyendo Zazen, Samatha y Vipas­sana, entre otras. La can­ti­dad de tiempo que habían prac­ti­cado oscil­aba entre 5 y 46 años, con un prome­dio de 24 años.
Más de la mitad de todos los med­i­ta­dores dijeron que la con­cen­tración pro­funda era una parte esen­cial de la prác­tica, y la may­oría med­itaba entre 10 y 90 min­u­tos cada día.
  Los inves­ti­gadores des­cubrieron, al hacer las mediciones cere­brales, val­ores sig­ni­fica­ti­va­mente may­ores en los med­i­ta­dores, en com­para­ción con los suje­tos del grupo de con­trol. Por ejem­plo, may­ores volúmenes del hipocampo dere­cho y más mate­ria gris en la corteza órbito-frontal derecha, el tálamo dere­cho y el lóbulo tem­po­ral infe­rior izquierdo. No hubo regiones donde los indi­vid­uos del grupo de con­trol tuvieran volúmenes sig­ni­fica­ti­va­mente may­ores o más mate­ria gris que los meditadores.
Debido a que estas áreas del cere­bro están estrechamente lig­adas a la emo­ción, esos ras­gos físi­cos de su cere­bro podrían ser los cimien­tos neu­ronales sobre los que se asienta la capaci­dad extra­or­di­naria de los med­i­ta­dores para reg­u­lar sus emo­ciones y reac­cionar del mejor modo posi­ble ante cualquier situación con la que se topen.
Lo que no se sabe, y requerirá estu­dios pos­te­ri­ores, es en qué con­sis­ten exac­ta­mente en el ámbito microscópico cere­bral las mejo­ras, ya sea un mayor número de neu­ronas, un mayor tamaño de éstas o un patrón de “inter­conex­ión” par­tic­u­lar, que los med­i­ta­dores pueden desar­rol­lar y las otras per­sonas no.


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