domingo, 28 de febrero de 2016




Así funciona tu cerebro cuando no desayunas



Científicos del Imperial College de Londres (Reino Unido), dirigidos por el investigador Tony Goldstone, han demostrado que, si nos saltamos el desayuno, horas más tarde nuestro cerebro suele tener "antojos" de alimentos grasos y ricos en calorías.



Así se desprende de una investigación presentada en el congreso Neurociencia, realizada a partir de imágenes del cerebro de 21 hombres y mujeres de peso normal y 25 años de edad. Durante dos días consecutivos, se les mostraron fotografías de alimentos ricos en calorías mientras se les colocaba en un escáner de imágenes de resonancia magnética funcional (MRIf). Se les pidió que calificaran en qué medida les apetecían una serie de alimentos, que incluían chocolate, pizza, verdura y pescado. El primer día se pidió a los voluntarios que no desayunaran antes del escáner, pero al día siguiente se les dio, una hora antes del escáner, un desayuno de 750 calorías basado en cereales, pan y mermelada.

Cuando en el almuerzo se les instó a consumir todo lo que desearan, aquellos que habían pasado la mañana en ayunas mostraron una predisposición clara hacia alimentos ricos en calorías. Los individuos que no habían desayunado ingirieron un 20 por ciento más calorías.

Los escáneres mostraron que la región del cerebro que podría estar involucrada en la atracción a los alimentos, la corteza orbitofrontal, se volvía más activa cuando el estómago estaba vacío. En definitiva, dejar de comer a primera hora de la mañana vuelve a los alimentos grasos y a los dulces más atractivos para nuestro cerebro y favorece una dieta desequilibrada, además de potenciar la voracidad.

Fuente:
http://www.muyinteresante.es/salud/articulo/asi-funciona-tu-cerebro-cuando-no-desayunas

martes, 10 de febrero de 2015


Neurociencia
Síntesis

Hay muchas estrategias para incrementar el tamaño de los músculos y fortalecerle los hue­sos. Pero, ¿qué puede hacer alguien para desar­rol­lar un cere­bro más grande? La respuesta es: Med­i­tar. Éste es el des­cubrim­iento de un grupo de investigadores en la Uni­ver­si­dad de Cal­i­for­nia en Los Ánge­les (UCLA) quienes utilizaron res­o­nan­cia mag­nética por imá­genes en alta res­olu­ción para escanear el cere­bro de per­sonas que prac­ti­can la med­itación desde hace años. En el estu­dio, se desvela que cier­tas regiones del cere­bro de tales per­sonas son más grandes que en los suje­tos de un grupo de con­trol sim­i­lares en todo excepto en que no prac­ti­can la meditación.
Especí­fi­ca­mente, los med­i­ta­dores mostraron volúmenes sig­ni­fica­ti­va­mente may­ores en el hipocampo y en áreas den­tro de la corteza órbito-frontal, el tálamo y el giro tem­po­ral infe­rior, regiones todas ellas cono­ci­das como reg­u­lado­ras de las emociones.
“Sabe­mos que las per­sonas que med­i­tan reg­u­lar­mente tienen una habil­i­dad sin­gu­lar para cul­ti­var las emo­ciones pos­i­ti­vas, man­tener la esta­bil­i­dad emo­cional y com­por­tarse de man­era cuida­dosa”, explica Eileen Lud­ers, autora prin­ci­pal, e inves­ti­gadora del Lab­o­ra­to­rio de Neu­roimag­i­nología de la UCLA. “Las difer­en­cias obser­vadas en la anatomía del cere­bro podrían darnos una pista del por qué los med­i­ta­dores tienen estas habil­i­dades excepcionales”.
La inves­ti­gación ha con­fir­mado los aspec­tos ben­efi­ciosos de la med­itación. Además de poder con­cen­trarse mejor y con­tro­lar con mayor efi­ca­cia sus emo­ciones, muchas per­sonas que med­i­tan reg­u­lar­mente tienen nive­les de estrés por debajo de lo nor­mal y un sis­tema inmu­ni­tario reforzado. Pero es poco lo que se sabe acerca de la relación entre la med­itación y la estruc­tura del cerebro.
En el estu­dio, Lud­ers y sus cole­gas exam­i­naron a 44 per­sonas (22 indi­vid­uos del grupo de con­trol y 22 que habían prac­ti­cado varias for­mas de med­itación, incluyendo Zazen, Samatha y Vipas­sana, entre otras. La can­ti­dad de tiempo que habían prac­ti­cado oscil­aba entre 5 y 46 años, con un prome­dio de 24 años.
Más de la mitad de todos los med­i­ta­dores dijeron que la con­cen­tración pro­funda era una parte esen­cial de la prác­tica, y la may­oría med­itaba entre 10 y 90 min­u­tos cada día.
  Los inves­ti­gadores des­cubrieron, al hacer las mediciones cere­brales, val­ores sig­ni­fica­ti­va­mente may­ores en los med­i­ta­dores, en com­para­ción con los suje­tos del grupo de con­trol. Por ejem­plo, may­ores volúmenes del hipocampo dere­cho y más mate­ria gris en la corteza órbito-frontal derecha, el tálamo dere­cho y el lóbulo tem­po­ral infe­rior izquierdo. No hubo regiones donde los indi­vid­uos del grupo de con­trol tuvieran volúmenes sig­ni­fica­ti­va­mente may­ores o más mate­ria gris que los meditadores.
Debido a que estas áreas del cere­bro están estrechamente lig­adas a la emo­ción, esos ras­gos físi­cos de su cere­bro podrían ser los cimien­tos neu­ronales sobre los que se asienta la capaci­dad extra­or­di­naria de los med­i­ta­dores para reg­u­lar sus emo­ciones y reac­cionar del mejor modo posi­ble ante cualquier situación con la que se topen.
Lo que no se sabe, y requerirá estu­dios pos­te­ri­ores, es en qué con­sis­ten exac­ta­mente en el ámbito microscópico cere­bral las mejo­ras, ya sea un mayor número de neu­ronas, un mayor tamaño de éstas o un patrón de “inter­conex­ión” par­tic­u­lar, que los med­i­ta­dores pueden desar­rol­lar y las otras per­sonas no.